¡La hora de los depredadores! El Mundo y sus demonios
Sisto Terán Nougués
La columna de hoy, como algún avisado lector podrá adivinar, está impregnada por la influencia de lecturas recientes. Son ellas las que me han sugerido apropiarme sin plagiar, ya que denuncio su origen, el título y el subtítulo de esta nota.
Lector voraz, no puedo evitar que lo que leo influya en el curso de mis pensamientos. Trato por ello, una y otra vez, leer desde distintas perspectivas, variar temáticas y abordar problemas diferentes todo el tiempo. Es mi propia metodología de evitar caer en mi propio sesgo de confirmación.
Hijo de mi tiempo y mi circunstancia, con asombro de niño he ido viendo mutar sociológicamente el mundo del que soy parte infinitesimal. He advertido el vértigo apropiarse de la humanidad y he asistido a mutaciones conceptuales formidables. Lo que antes se daba por verdad incontrastable, hoy se cuestiona con fiereza. El tránsito humano de este milenio recién nacido ha adquirido ribetes fantásticos y vamos de a poco perdiendo la capacidad de asombro ante un avance tecnológico que no entendemos en sus fundamentos científicos, pero del que nos apropiamos fácilmente y usamos hasta el abuso con natural cotidianeidad.
En mi afán de querer entender lo que me circunda, y de interpretar el rol que quiero jugar en el cambiante escenario del existir, leo mucho. Y cinco libros que he “devorado” recientemente, son la columna vertebral de este escrito.
“La Ola que viene” de Mustafá Suleyman con Michael Bhaskar
Suleyman, cofundador y Director de DeepMind, empresa precursora del desarrollo de la Inteligencia Artificial, entendió que debía escribir este libro, a manera de advertencia por las implicancias que esta ya está empezando a tener en nuestras vidas.
“Pregunta: ¿ Qué implicaciones tiene para la humanidad la ola tecnológica que viene?Respuesta: “estamos en el auge de una ola tecnológica inminente que incluye tanto la inteligencia artificial como la biotecnología avanzadas. Nunca antes habíamos sido testigos de tecnologías con un potencial tan transformador que prometen remodelar nuestro mundo en un modo a la par impresionante e intimidante… Con la inteligencia artificial podriamos desvelar los secretos del universo, curar enfermedades y crear nuevas formas de arte y cultura que superen los límites de la imaginación. Con la biotecnología podríamos manipular la vida para combatir enfermedades y transformar la agricultura, y crear así un mundo más sano y sostenible. Por otro lado, los peligros que entrañan son también inmensos y profundos. La IA permitiría crear sistemas que escapasen a nuestro control y pasaríamos a estar a merced de algoritmos que no entendemos. La biotecnología posibilitaría la manipulación de los componentes básicos de la vida, lo que podría tener consecuencias imprevistas tanto para las personas como para ecosistemas enteros. El destino de la humanidad pende de un hilo y las decisiones que tomemos determinarán si estamos a la altura de estas tecnología, o si, en cambio, somos víctimas de sus peligros”.
Lo tremendo del párrafo transcripto es que no fue escrito por sus autores. ¡ES LA RESPUESTA ELABORADA POR LA PROPIA INTELIGENCIA ARTIFICIAL!
La obra mentada analiza el dilema que produce el advenimiento de esta ola que ha llegado para quedarse. Nos transmite la disyuntiva de enfrentar o no, con límites morales al progreso científico, lo que solo ha sido posible, impelidos por el temor a la destrucción mutua, en materia del arsenal bélico nuclear. Y nos informa con precisos detalles que existe una doble contienda por la vanguardia en la materia, entre naciones, y entre los estados y un puñado de empresas privadas dueñas de la tecnología.
Explican estas pujas, la realidad subyacente de la disputa entre Estados Unidos y China, enfrentados en una guerra comercial que esconde una verdadera carrera desenfrenada por conquistar la primacía en materia de economía del conocimiento. Y también explica por qué los tecnócratas digitales han decidido abandonar sus refugios “nerds” para propiciar la toma del poder estatal en todos los países del mundo, para garantizar con gobiernos afines la posibilidad irrestricta de defender sus intereses económicos que cualquier regulación legal podría ocasionarles.
Con tibieza y muchas dificultades el único marco regulatorio legal restrictivo ha sido elaborado por la Unión Europea, endeble defensa contra una fuerza superior que les doblega en número y velocidad. La política ha pasado a resultar esencial para los tecnócratas, y su ingerencia a través de las redes sociales en la vida de los países, es ya un hecho objetivamente comprobado.
No es esta una reseña de libros, se trata tan solo de corroborar postulados fácticos que sus contenidos nos sugieren. El mundo ha cambiado, la ola tecnológica ha devenido en tsunami, la ingerencia del algoritmo amenaza con aniquilar el libre albedrío, el progreso no puede detenerse, hay que adaptarse a las nuevas realidades.
Esos son los rumbos conceptuales de la obra de Sulayman. Y nos insta a adaptarnos con precaución, con prudencia. Progreso deshumanizado es involución. El algoritmo debería estar al servicio del hombre, y no el hombre al servicio del algoritmo.
“La Generación Ansiosa” de Jonathan Haidt
El autor nos habla de la educación de nuestros hijos, y nos advierte que la sobreprotección en el mundo real y la infraprotección en el virtual, son las principales razones por las cuales los niños nacidos a partir de 1995 se convirtieron en la generación ansiosa.
La imposición fáctica del mundo virtual y la reducción dramática de la sociabilidad interpersonal asusta al autor. El tiempo es la limitante externa inmodificable de todo el accionar humano. Y cuando el uso del tiempo es absorbido ferozmente por el consumo de tecnología, la realidad se desdibuja, lo virtual adquiere visos de realismo, y el individuo se aísla para recluirse en la zona de confort que le proporciona el celular.
El libro es extenso y documentado. Nos refiere con datos estadísticos objetivos el impacto que el algoritmo está produciendo en las nuevas generaciones. Los daños ya se verifican en mediciones objetivas.
Un estudio entre los adolescentes de los Estados Unidos indica que el 30% de las chicas y un 13% de los chicos han tenido al menos un episodio de depresión grave en el último año. Y la tasa de suicidios entre adolescentes ha aumentado en un 167% entre las chicas y un 91% entre los varones. Ambas mediciones entre el año 2010 y el 2020.
Mediciones similares se han detectado en el Reino Unido y Australia. ¿Y por qué ocurre eso? Según el autor, la pérdida del sentido lúdico de la vida que fomentan las relaciones interpersonales y el abuso de las redes sociales configura personalidades retraídas, egoístas, aisladas en un mundo virtual que, para colmo, les muestra perfecciones irreales que le lastiman la autoestima, colocando estándares absurdos delineados por construcciones digitales que expresan algo que no existe, pero que lastima intensamente.
Obviamente estos seres humanos, cuya corteza cerebral recién se consolida en torno a los 25 años de edad, sufren un impacto permanente, brutal que les destruye hasta el deseo sexual. El consumo de pornografía masiva por parte de menores les genera una percepción distorsionada de lo sexual que, insólitamente, según estudios muy recientes, deriva en una fuerte baja del deseo. El contacto humano, la visualización carnal del otro, enseña además en forma práctica el esquema empático, esa mirada solidaria para con la condición del otro. La falta de ese contacto que propician las redes sociales al abstraer al sujeto de lo real, está generando asimismo la pérdida de la empatía social. La ansiedad no es miedo. El miedo induce a la acción para repeler la amenaza. La ansiedad paraliza, angustia y relativiza moralmente todo accionar.
Por si todo esto fuera poco, esta generación ansiosa vota y elige gobiernos. El mundo es de los jóvenes, se dice, y estos jóvenes están moldeando el mundo.
Sin embargo, Haidt es optimista sugiere cursos de acción práctico para combatir este flagelo que ya se muestra a la luz. Y nos dice que ya hay establecimientos escolares y asociaciones de padres enfocados en propiciar metodologías prácticas para evitar los males que ya estamos verificando.
“El mundo y sus demonios”, de Carl Sagan
Escrito en 1995, tiene párrafos premonitorios, de una actualidad contundente. Cientificista a ultranza, Sagan solo reconocía como válido el argumento científico. Daba por sentada la incerteza y reivindicaba la duda como elemento imperativo para la generación de conocimiento y la experiencia empírica como fundamento de autenticidad.
En este libro destinado a condenar las supersticiones y las pseudo ciencias, intenta explicar el método de las ciencias, pero, por sobre todas las cosas, nos anima a hacer uso del pensamiento crítico como instrumento de racionalización del universo.
Desde 1968 hasta su muerte en 1996, Sagan dió cursos sobre pensamiento crítico en la Universidad Cornell en Ithaca ciudad ubicada en la parte central del Estado de Nueva York. Estaba obsesionado por enseñar a pensar desde el propio cuestionamiento. Nos sugiere que debemos cuestionar, analizar e interpretar todo lo que leemos, escuchamos o escribimos. Solo cuestionando podremos acceder a indentificar sesgos y construir razonamientos lógicos, permitiendo así la toma de decisiones más autónoma y responsable.
Parafraseando a Michael Faraday nos advierte de la poderosa tentación “de buscar pruebas y apariencias que están a favor de nuestros deseos y desatender las que se oponen a ellos…recibimos como favorable solo lo que concuerda con nosotros, nos resistimos con desgrado a lo que se nos opone, mientras todo dictado de sentido común requiere exactamente lo contrario”. Nadie podría haber descripto mejor y más brevemente el sesgo de confirmación que el algoritmo se empeña en introducir en nuestras mentes asfixiando hasta morir al pensamiento crítico.
Con clarividencia Sagan nos dice que “la caída en la estupidez de Norteamérica se hace evidente principalmente en la lenta decadencia del contenido de los medios de comunicación, de enorme influencia, las cuñas de sonido de treinta segundos (ahora reducidas a DIEZ SEGUNDOS O MENOS), la programación de nivel ínfimo, pero por sobre todo una especie de celebración de la ignorancia”.
Y nos advierte que la combinación de tecnología, poder e ignorancia afectará la institución democrática clave de las elecciones. “Eso es una garantía de desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara”.
No es futurología, son simples deducciones de un científico, formuladas hace treinta años.
“La hora de los depredadores” de Giuliano da Empoli
El autor italiano es uno de los más leídos del momento, y el abordaje que realiza en sus dos obras anteriores “El Mago del Kremlim” y “El ingeniero del Caos” le ha procurado un merecido reconocimiento internacional entre los analistas del quehacer político contemporáneo.
Si bien formula juicios de valor, usualmente describe situaciones que nos ayudan a entender porqué pasa lo que pasa. Para muchos de nosotros, personalidades habituadas al argumento como elemento de consenso y disuasión, la obra de Empoli nos ayuda a quitarnos la venda de los ojos y advertir al mundo tal cual es, no como nosotros queremos que sea. Sus descripciones sobre los modos modernos de acceso al poder, la construcción de la postverdad y la prevalencia de la polarización como elemento de consolidación de intereses es muy interesante.
En este último libro, sin embargo, su realismo me choca, colisiona de frente con mi natural optimismo vital, y su crudeza genera rechazo en mis sentidos. Es por eso que, siguiendo el consejo de Sagan de desarrollar pensamiento crítico, que me he esforzado en leerlo, cuestionarlo, cuestionarme y analizarlo.
“La hora de los depredadores ha llegado y en todas partes las cosas evolucionan de tal manera que todo lo que deba ser regulado, lo será a sangre y fuego”.
Moderno Maquiavelo, Empoli nos sitúa descarnadamente en un mundo donde no hay espacio para moderados, solo la decisión y la fuerza son valores posibles. Preanuncia la muerte de la diplomacia, y nos advierte que “un ardor guerrero recorre el planeta, hasta los Estados Unidos han pasado de la era de las negociaciónes ásperas entre diplomáticos a la de unaL diplomacia movida por la fuerza bélica”.
“El debate público se convirtió en una batalla campal en la que todo está permitido y cuyas únicas reglas son las de las plataformas, y así el destino de nuestras democracias se juega cada vez más en una especie de Somalia digital, un estado fallido a manera planetaria, dominado por la ley de los señores de la guerra digital y sus milicias”.
“Si la movilización de los prejuicios ha sido siempre el nervio del combate político, las redes sociales han permitido darle una dimensión industrial. Por todas partes el principio es el mismo. Tres simples operaciones: identificar problemas candentes, impulsar en cada bando las posiciones más extremas y hacer que se enfrenten, y proyectar el enfrentamiento sobre el público en general con el fin de que el ambiente se caldee cada vez más.”
Con un pesimismo inocultable Empoli afirma que “los conquistadores de la tecnología han decidido desprenderse de las antiguas élites políticas. Si alcanzan sus objetivos, TODO AQUELLO QUE ESTAMOS ACOSTUMBRADOS A CONSIDERAR COMO EL EJE SOSTENEDOR DE NUESTRAS DEMOCRACIAS, SERÁ BARRIDO DE UN PLUMAZO”.
Y nos muestra su preocupación por una IA en manos de empresas privadas con poderes superiores a los de cualquier Estado-Nación. Nos dice que en el siglo XXI el dilema ya no es la relación entre el Estado y el Mercado, la escisión clave es hoy entre el ser humano y la máquina.
Con angustia nos habla de un mundo “sin futuro”, al menos no como lo concebíamos antaño. El ahora es tan volátil que cada vez tenemos menos idea del mundo en el que despertaremos mañana a la mañana.
Como ven, he sido profuso en mis citas, contrario a mi discernir habitual. Pero las entiendo imprescindibles para situarnos en el meollo del análisis que estamos discurriendo en conjunto, usted y yo, mi querido lector.
No puedo dejar de reconocer veracidad en el texto fatalista de Empoli. Pero me resisto intituivamente a resignarme. El italiano describe lo que sucede, nadie puede preconizar lo que sucederá. Y lo que haya de acontecer dependerá en alguna medida de la sumatoria de las decisiones infinitesimales de miles de millones de seres humanos insignificantes, pero quizás decididos a defender con uñas y dientes los vestigios de la racionalidad, la convivencia civilizada y un humanismo solidario.
Por eso la última obra que menciono en este artículo tiene un nombre sugestivo, que invita a la reflexión y a la acción.
“La vacuna contra la insensatez” de José Antonio Marina
Al igual que Empoli, nos describe el mundo que vivimos, pero lejos de sumirse en el fatalismo, nos propone “la vacuna contra la insensatez”. Es la pelea agónica del pensamiento crítico en su afán por subisistir. Su subsistencia es vital para una humanidad inmersa en una crisis de valores y sustitución impiadosa de conceptos.
Marina nos invita con coraje a luchar por cultivar ese pensamiento crítico hoy bajo el ataque sistemático de un virus mental que ya no distingue entre lo verdadero y lo falso.
Se niega a incurrir en el pesimismo, al que adjudica un “prestigio intelectual que no merece”. Parafraseando a Andrés Rabago, “El Roto”, un dibujante y humorista español, nos dice que “mantener a la gente en el infierno es sencillo. Solo hay que convencerles de que no hay otro lugar”. Nos convida a ser precavidos frente a esa tendencia humana extraña que es la fascinación por poder que lleva a muchos inclusive a admirar quien los esclaviza. Y cita a San Agustín cuando dice que “el porvenir no existe todavía, y si no existe, no puede verse en absoluto, pero se lo puede prever a partir de los signos presentes, que están ahí y ya pueden verse”.
Con claridad nos expone que tenemos que adoptar nuevos caminos para convencer. Nos cuenta que un equipo científico liderado por Jonas T. Kaplan ha estudiado razones neurológicas que hacen que las creencias políticas sean tan difíciles de cambiar, ya que el solo escuchar una opinión en contrario activa zonas cerebrales relacionadas con la identidad personal, que tienen una rigidez extraordinaria sin que se activen los lóbulos frontales que son los que tienen que ver con la flexibilidad cognitiva. Por eso presentar evidencias a un fanático en contra de sus ideas puede producir un reforzamiento de esas ideas, no un cambio. Está defendiendo su identidad, no sus creencias.
Finalmente, nos advierte contra la alteración del buen funcionamiento cerebral que implican los “sesgos cognitivos”. “El sesgo de disponibilidad, el sesgo de confirmación y el sesgo de pertenencia. El primero nos hace dar más relevancia a la información que nos viene antes a la cabeza; el segundo reconoce el hecho de que todos aceptamos con más facilidad la información que confirma nuestras creencias o pertenencias; el tercero reconoce nuestra predisposición a pensar como piensa la tribu a la que pertenecemos”.
El mundo y sus demonios están perfilando una generación ansiosa, que amenaza con sucumbir ante la ola que se viene, mientras la hora de los depredadores parece haber llegado y algunos corajudos resistentes se aferran a los resabios de racionalidad para diseñar una vacuna contra la insensatez.
El precedente párrafo sintetiza de algún modo la huella de estas lecturas en mi mente. Me ayudan al describir el mundo con un realismo desnudo, desprovisto de disfraces. Lo aprecio en sus formas descarnadas, pero me niego a someterme con mansedumbre a los dictados de una tecnología que nos estupidiza.
Con afán infatigable estoy buscando amoldarme a los tiempos contemporáneos y pretendo incursionar en esquemas comunicacionales más masivos que tiendan a universalizar las defensas de los postulados humanitarios que defiendo. Con fuerza he traspuesto una y otra vez mis propios sesgos y me desafío a contemplar cuestionando mis propias certezas todo el tiempo.
Hace apenas una semana, en un asado con gente mucho más joven, cuando comenté que pensaba abreviar mis contenidos y digitalizarlos de manera más expeditiva, un muchacho, paradójicamente de apellido Justo, me sugirió que no renuncie a mi esencia, que encare nuevos métodos, pero que no pierda el contenido argumental sin el cual el pensamiento crítico no funciona.
Nada está perdido. Cada cual debe reafirmar con sus modos la petición de una humanidad integrada y solidaria. Inclusive Empoli concluye su libro con una anécdota menor, risueña, del alcalde de Lieusaint, un pequeño pueblo francés, empeñado en una quijotesca lucha contra la tiranía de las redes sociales.
“La lucha continúa…” son las últimas palabras de “La hora de los depredadores”.
Y quiero cerrar esta columna impregnada de citas y lecturas, con una última y esperanzadora referencia de Mustafá Sulayman. Más que una cita es una invitación y un anhelo a compartir.
“Sigo siendo optimista, si nosotros- el nosotros de la humanidad – podemos cambiar el contexto con un aluvión de nuevos movimientos, con incentivos revisados, salvaguardias y conocimientos potenciados, entonces crearemos las condiciones para emprender ese camino tambaleante con una chispa de esperanza. Si una cantidad suficiente de personas empieza a construir ese NOSOTROS esquivo, esos destellos de esperanza se convertirán en voraces fuegos de cambio”.

