El Profeta del Odio: Milei y las Plagas de Egipto

Javier Milei ha utilizado en sus últimos posteos oficiales en su cuenta de X esta extraña terminología que a más de un curioso llamó la atención.

La primera parte era de sencilla interpretación para cualquier aprendiz de criptógrafo. Eran las siglas de una de sus frases predilectas transformadas en consigna de odio, “No odiamos lo suficiente a los periodistas”: NOLSALP.

El resto era más difícil de descifrar, pero el propio Presidente de la Nación tuvo la amabilidad de esclarecernos su significado en una aparición distendida en un programa de streaming al que concurrió acompañado de su hermana Karina y su perro Conan.

En el marco de dicha entrevista habló de una donación efectuada a dos refugios de animales y compartió reflexiones sobre su vínculo afectivo con sus mascotas caninas. Obviamente nadie le solicitó que mostrara un poco de esa empatía para con la causa del bienestar perruno y la direccionara por ejemplo, a los niños del Hospital Garrahan, afectados por enfermedades gravísimas y que tuvieron, en plena ola polar, que padecer severas restricciones presupuestarias que llegaron inclusive a paralizar la calefacción de dicho Hospital.

En el medio de esta inocultable preferencia de Milei por el bienestar de sus perros y su desaprensión cruel por los marginales del género humano, (a los que parece despreciar), se explayó tranquilamente para explicar que el PN° 10 (E) era una referencia bíblica a la Plaga número 10 con la que Dios mostró al faraón egipcio su poder destructivo.

Moisés, el encargado de liberar al pueblo judío de la esclavitud y llevarlos a la Tierra Prometida, siguiendo precisas instrucciones de Dios, amenazó al faraón con sucesivas calamidades si no consentía en otorgar la libertad a su gente. Los males llegaron en forma secuencial, y se conocen con el nombre de las Diez Plagas de Egipto.

El mandamás egipcio no se dejó intimidar e hizo caso omiso a cada una de las fatalidades que se iban produciendo. Pero la décima plaga fue fulminante. Dios instruyó a Moisés para que todos los judíos pintaran con sangre de cordero las puertas de su casa. Luego indicó al ángel de la muerte que ingresara en todos los hogares donde no se habían pintado las puertas y asesinara a todos los primogénitos egipcios.

Esta terrible matanza, que incluyó expresamente al hijo mayor del propio faraón, lo hizo ceder y doblegarse a la voluntad del Dios vengador. Se había probado con todo tipo de males, pero esta última y letal plaga, cargada de crueldad, sería la mayor de todas las calamidades posibles. No se concibe daño más cruento y angustiante que la muerte de un hijo.

Cuando Javier Milei les desea a los periodistas la décima plaga, lo que está diciendo metafóricamente es que quiere para ellos el mayor dolor y sufrimiento posible.

Acostumbrado ya a la retórica violenta del Presidente, confieso que este último refinamiento en su capacidad de odiar me preocupa enormemente. Como padre la idea de que alguien desee para otra persona la muerte de su hijo, aunque fuere metafóricamente, me parece un locura absoluta.

Cargado de un odio cuyos oscuros orígenes correspondería indagar a los profesionales de la salud mental, Milei recurre una vez más al exabrupto y actúa con desmesura impregnada de mediocre vulgaridad.

Cualquier persona más o menos en sus cabales describiría esta conducta del Presidente como nefasta y repudiable. Sin embargo, es de tal magnitud la apatía moral que nos rodea que, lo que antes hubiera generado un rechazo unánime, hoy se observa con indiferencia, y algunos hasta aplauden con un inexplicable goce cruel.

Es por eso que, en medio de esta falta increíble de solidaridad corporativa de muchos de los propios periodistas, y un silencio ominoso de gremialistas y políticos, quiero expresar mi solidaridad con todos aquellos agraviados de manera bestial por Milei, tengan la ideología que tengan, porque, más allá de sus posiciones políticas, todo ser humano merece ser tratado con corrección y equilibrio.

Ahora bien, más allá del repudio intrínseco que me merecen las salvajadas presidenciales, quiero detenerme un instante en los aparentes desórdenes conceptuales en materia religiosa que parecen ser rasgos distintivos del pensamiento de Milei.

Según él mismo afirma que ha abrazado con fanatismo de converso el credo judío en una de sus variantes más ortodoxas y, como tal, incursiona con frecuencia en la lectura y estudio de textos sagrados.

Por otra parte, parece tener un grado de confrontación personal con Satanás, el Príncipe de las Tinieblas, a quien debe conocer muy bien, ya que advierte una y otra vez de su presencia en los lugares menos pensados.

Con el pulso alterado y a los gritos ya denunció en su momento a Francisco como el representante del Maligno en la tierra.

Por estos días, en un nuevo giro religioso extraño, ha visitado la provincia del Chaco, donde se unió con entusiasmo a la inauguración de un templo evangelista. Sin perjuicio de que se difundieron controvertidos comentarios respecto de una sentencia judicial que condenara a la Iglesia de marras por haber permitido el abuso sexual dé un niño de diez años (esa sola circunstancia debió haber disuadido al Presidente de participar de un evento de esta naturaleza), lo que quiero resaltar es que en esta oportunidad Milei encontró al diablo encarnado en el Estado y lo demonizó mentando de manera confusa el episodio con el de la tentación de Satán al mismísimo Jesucristo.

En verdad, mientras describo estos sucesos siento una extraña sensación de inverosimilitud. No pueden ser ciertos tantos dislates, pero lo son.

Se mezclan en Milei nociones simplistas del Dios furibundo y vengativo del Antiguo Testamento, con una megalomanía notoria que lo lleva a considerarse a sí mismo como el único capacitado para discernir el bien del mal.

En otro contexto no me cabe la menor duda de que las conductas de este hombre serían motivo de diagnóstico psiquiátrico, pero en las actuales circunstancias los aplaudidores proliferan.

Y caemos todos en su juego. En lugar de tratarlo como a un pobre hombre con importantes alteraciones mentales que se advierten a ojos vista, intentamos descifrar sus mensajes y muchos le excusan su barbarie fundados en el atavismo ancestral de sus propios prejuicios.

Pero hay algo revelador, no solo del carácter, sino de la intencionalidad manifiesta del accionar público de Milei.

Convencido de ser la encarnación del Bien en lucha perpetua contra el Mal que identifica con el Estado como modelo de organización social, su fanatismo bloquea todo tipo de situación empática respecto de la situación del prójimo. Arremete así a tontas y locas contra todo lo establecido y no repara ni en instituciones ni personas.

A su fundamentalismo religioso de dudosa mixtura, le añade un fundamentalismo dogmático de raíz economicista desaprensivo de toda consideración humana.

Y decide emular la furia del Dios bíblico y desata contra su propio pueblo las plagas destinadas a torcer su voluntad doblegando a todo y a todos, firme en sus aspiraciones de consolidar la hegemonía del ideario único.

Todo aquel que piense distinto, además de “parásito”, “kuka”, “mandril”, “zurdo de mierda”, es ahora diagnosticado y rotulado como enfermo. Alguien a quien le ha sido inoculado un virus que le imposibilita pensar y lo sumerge en el pecado capital de la envidia. El jubilado no reclama porque sus ingresos son ínfimos y no puede comprar sus remedios, lo hace porque tiene envidia.

Desde este parapeto mental y moral (más bien inmoral) se encarama el Presidente y sus proclamas de fuego azotan a la sociedad.

El que quiera salud, que la pague, y si se tiene que morir, que se muera. Un concepto darwiniano extremo que lleva a sus últimas consecuencias. No se trata de corregir las anomalías funcionales del sistema de salud pública. La idea es simplemente llevarlo a la agonía y a la desaparición.

La educación pública, a sus ojos, no solo le resulta antieconómica y de poca utilidad. Para Milei es un sistema perverso diseñado por el diablo y los zurdos para contaminar las mentes de los educandos infiltrándoles el virus del progresismo y la cultura woke. Lanza contra los educadores sus fulminantes diatribas y se encarga de desfinanciar las universidades públicas. Al fin y al cabo, desde su perspectiva, no es lógico que el acceso a la educación sea pública, universal y gratuita. Educarse no es un derecho, es un privilegio que se paga con dinero en efectivo.

Otra plaga mileísta se descarga furibunda contra la Salud Pública. Es un concepto que detesta y no alcanza a comprender. El ser humano debe prever las contingencias de la vida y saber que enfermarse no es una opción si se es pobre. Todo cuesta en la vida y la idea de la gratuidad y acceso universal al sistema sanitario es incomprensible para los libertarios extremos. Así lo afirma el propio Ministro de la Salud de la Nación en declaraciones públicas. Considerar la atención sanitaria como un derecho es, para Lugones y Milei, una hipocresía. Una locura.

Es comprensible que alguien haga hincapié en las dificultades económicas que conlleva una prestación sanitaria universal, pero de ahí a negar el carácter de derecho aspiracional al que todo ser humano debería tener acceso a ser atendido eficazmente en sus problemas de salud, hay un trecho considerable.

Consecuente con sus dichos, son sus actos. Desata Milei las “fuerzas del cielo” y sus rayos y centellas azotan a médicos, residentes, instituciones sanitarias y sistemas vacunatorios. Todo se desfinancia, todo se restringe. No conformes con asfixiar económicamente a los prestadores públicos de la Salud, se los agravia, se los trata de “ñoquis”, y con indignación santurrona, se les recrimina agriamente que pretendan cobrar bien por sus servicios. Al fin y al cabo debieran “jorobarse por haber elegido esta profesión”. Parece el guion de una mala comedia cinematográfica, pero es esto lo que sostienen sin ponerse colorados. Una diputada libertaria lo dice con todas las letras.

Las furias de Milei no acaban allí. La Obra Pública merece otro de sus anatemas fulminantes. No hay que hacer plantas potabilizadoras para que la gente tome agua potable y evitemos así la propagación de enfermedades. No hay que hacer caminos y rutas que comuniquen entre sí las poblaciones. Tampoco debemos hacer puentes que crucen nuestros ríos. Plantas de Tratamiento de residuos cloacales tampoco debería construir el Estado. ¿Hospitales y escuelas? ¡Ni hablar! ¿Viviendas sociales? ¡¡Sacrilegio!! No es suficiente paralizar la obra pública en marcha, discontinuemos también el mantenimiento de la infraestructura existente.

Pero, parafraseando también los textos bíblicos, Moisés fue traicionado por su pueblo que empezó a adorar la estatua de un becerro de oro, y Milei tiene su propio ídolo al que adorar. Su becerro de oro personal se llama Mercado.

Solo se hará lo que el mercado ordene siguiendo sus mágicas inclinaciones que operarán siempre hacia resultados maravillosos. El Mercado decidirá per se qué se hace y qué es lo que no se hace.

Obvio que hasta que el bendito mercado adopte sus decisiones nuestras rutas colapsarán y se incrementarán los accidentes, mientras el suministro de energía y gas sufrirán inevitables restricciones, ya que el maldito Estado habrá dejado de intentar prevenir y tomar resguardos previos al acaecimiento de catástrofes.

De nuevo escribir me infunde desaliento y asombro por partes iguales. Realmente cuesta creer que alguien que predique estos postulados sea el Presidente de la Nación Argentina.

Las políticas mileistas están dejando tras de sí los efectos de una nueva plaga que se ha dado en llamar el “Estrés Financiero”. Es la moderna manera de describir los sufrimientos de gruesos sectores de la población argentina a los que cada día les cuesta más llegar a fin de mes. Jubilados que no compran sus remedios, enfermos que desisten de ser asistidos, clase media destinando cada vez más porcentaje de sus ingresos al pago de las tarifas de servicios públicos, cheques que se rechazan a niveles de los más altos de los últimos veinte años, capacidad industrial ociosa, pérdida de empleos formales registrados, cierre de PYMES, default de obligaciones negociables de importantes empresas, etc. Son las plagas de Milei haciendo sentir su peso maléfico sobre las espaldas de la clase media argentina.

En su cruzada fundamentalista y fanática Milei no cuenta los daños colaterales. Son números, no personas. Planilla de Excel, no seres humanos. Y actúa inmerso en su caótica construcción filoreligiosa, llena de un rencor que aromatiza con inciensos rebuscados.

Y los periodistas merecen la más inhumana de sus maldiciones. La Plaga número 10, la muerte del primogénito. La amenaza incluye intimidaciones vulgares pero contundentes. Nadie debe hablar en contra del credo oficial. La libertad de expresión no tiene cabida en el dogma libertario.

Pensar distinto es de enfermos….

Reflexión final: Una vez más insisto en el imperativo moral de oponernos a la crueldad sistémica y a la locura disfrazada de teorema. A las maldiciones bíblicas y a las plagas de Egipto proclamadas por Milei, opongamos el mensaje de las bienaventuranzas evangélicas con su mensaje de amor infinito a los desposeídos y a los que sufren. Solo la solidaridad social y la empatía recíproca ayudará al hombre contemporáneo a evitar caer al precipicio insondable del egoísmo individualista extremo que solo garantiza males severos para el conjunto de la humanidad.

Sisto Terán Nougués

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *