El Crimen de la Guerra

La Tragedia Palestina

A mi juicio la civilización occidental es un edificio construido sobre cuatro columnas conceptuales básicas que sostienen todo su polifacético andamiaje:

  1. La tradición judía, con su novedosa impronta monoteísta, es parte elemental de nuestra manera de percibir la vida. La idea del Dios único, toda una novedad en un mundo plagado de visiones politeístas, es uno de los principios primarios de la perspectiva occidental. A los judíos les debemos el ansia de eternidad y la matriz religiosa envuelta en formas rigurosas. El apego a la Palabra de Dios volcada en un texto escrito configura un método distintivo de nuestra estructuración social, y eso tiene indubitables raíces judías.
  2. La filosofía helénica, con su lógica aristotélica, su apelación a la racionalidad como metodología de comprensión del universo, es otro de nuestros pilares. A los griegos les debemos el aporte esencial de la filosofía como camino de aproximación al entendimiento del cosmos.
  3. El derecho romano, imperio del orden, sentido organizacional de los estados, regulación normativa de la existencia civilizada, son legado indiscutible que les debemos a los descendientes de Eneas, fundador de Lavinium y primero de la orgullosa estirpe romana que dominaría el mundo conocido durante muchos siglos.
  4. Pero todos esos aportes hubieran sido imposible de mixturarse en armonía, de no haber mediado la revolución moral y conceptual más importante de la historia de la humanidad. La irrupción de Jesucristo. El Nazareno de humildes orígenes fue un volcán tempestuoso que introdujo valores inexistentes hasta entonces, sacudiendo los cimientos de todas las civilizaciones y aportando valores inconcebibles para la época. Amar al prójimo como a ti mismo, consigna que merece de por sí el galardón de la divinidad, universalidad del Dios para todos, no solo para el pueblo elegido, y contemplación especial e inclusiva de los marginados sociales, fueron notables incorporaciones del cristianismo que, al chocar y mezclarse en el frenesí de la existencia humana, ayudaron a dibujar los perfiles de lo que hemos dado en llamar la civilización occidental.

Como heredero de ese bagaje cultural, tengo una particular simpatía y predilección por cada uno de esos cuatro estamentos a los que debo mis propios basamentos existenciales.

No es raro que, ya a temprana edad, me conmoviera en grado sumo la historia del pueblo judío. La diáspora no pudo extinguirlos, y las continuas persecuciones y martirios a los que fueron expuestos a lo largo de buena parte de nuestra historia, despertaron desde siempre mi profunda solidaridad.

La barbarie del holocausto consumado en la funesta Segunda Guerra Mundial fue el capítulo más tremendo de un historial de abominaciones perpetrados en su contra. Conmovido y horrorizado escribí “Hitler, un pecado colectivo”, una novela en la que intenté ahondar en las causas filosóficas, jurídicas, religiosas, científicas y culturales que permitieron y fomentaron tamaña barbaridad que enluta al género humano.

Nadie puede dudar entonces de mis simpatías para con ese pueblo inteligente y resiliente, cuyos aportes son de una relevancia excepcional.

Sin embargo, y debido a mi formación cristiana, odio la guerra con todas mis fuerzas.

Mi ilustre comprovinciano Juan Bautista Alberdi escribió uno de sus libros más formidables y menos reconocidos y leídos, que tituló “El Crimen de la Guerra”. Una obra maestra, escrita a contramano de su época, con sentido cristiano que resalta ya en sus párrafos iniciales.

Cuando todos abogan y glorifican lo militar y sueñan casi con infantil ingenuidad el acceso a los máximos honores y rangos militares, Alberdi ensalza por el contrario al agricultor, al comerciante, en definitiva, al hombre de paz.

Con agudeza en el primer capítulo de su obra magistral, nos explica que la “legitimidad” de la guerra es un concepto heredado de los romanos y el cesarismo, para los cuales lo bélico era una actividad trascendente, fuente de la riqueza de su imperio y donde el sentido de lo justo no existía, solo se valoraba el inapelable derecho del vencedor a disponer a piacere de todo lo que la fuerza le permitía apropiarse, inclusive y especialmente, de la vida de otros seres humanos. La guerra se consideraba una actividad generadora de riquezas legítimas, sus víctimas no eran más que el costo de las mercancías adquiridas.

Contra ese legado románico se levantó el mensaje cristiano, nos dice el propio Alberdi. Mientras que para los romanos la guerra era un modo legítimo de robar, matar, esclavizar, violar y generar riquezas; para los cristianos estos actos son y serán siempre reprobables e injustificables.

Con contundencia y firmeza, el tucumano nos advierte que el cristiano es hombre de paz, o no es cristiano.

Imbuido de esta filosofía, no puedo menos que expedirme severamente en contra de la guerra.

Con enorme tristeza percibo que el mundo viene deslizándose, cada vez a mayor velocidad, por los senderos peligrosos de la guerra. Ya Francisco nos advertía de la Tercera Guerra Mundial, “a pedacitos”, que se libra por doquier.

El conflicto entre Rusia y Ucrania, y el recrudecimiento extremo de la conflictividad en Medio Oriente son las puntas visibles de un iceberg que esconde múltiples conflictos y guerras menores desparramados a lo largo y lo ancho del planeta para beneplácito de la siempre próspera industria armamentista.

La Guerra no tiene nada de honorable, y las glorias y mentas que de ella se hicieron y se hacen, ocultan la sangre, los olores, el miedo, el dolor, el sufrimiento y las atrocidades que la matanza entre humanos siempre conlleva aparejada.

Es por eso que nuestro esfuerzo individual y colectivo debe, moralmente, tender siempre a propiciar la paz y repudiar el conflicto armado.

Sin que en nada haga mella en mi admiración por el magnífico pueblo judío, llegado a este punto, no sería ético ni objetivo de mi parte si no diera en forma expresa mi contundente rechazo a los métodos guerreros que el gobierno israelí ha decidido aplicar en perjuicio del pueblo palestino.

Por supuesto que bajo ningún aspecto convalido ni acepto la barbarie acaecida en Octubre del 2023 cuando una irrupción salvaje y sorpresiva de Hamás en territorio israelí consumó el asesinato y toma de centenares de rehenes israelíes. Aunque me llame la atención que la incursión haya burlado tan fácilmente la capacidad de previsión de los servicios de inteligencia y las fuerzas de seguridad judías, el hecho es brutal, salvaje y condenable desde todo punto de vista.

Pero el hecho de ser víctimas no justifica la transformación en victimarios, que a partir de ese momento, el gobierno de Netanyahu decidiera asumir intempestivamente.

No se trató de una mera reacción vindicativa más, entre las muchas que reiteradamente se producen en esos territorios azotados por el odio y la venganza disfrazada de justicia divina.

Se inició, a partir de entonces, una campaña bélica de exterminio, desolación, hambre y aislamiento que resultan inadmisibles desde todo punto de vista moral.

Por una de esas casualidades de la vida tuve oportunidad de ver y escuchar a través de la cadena de noticias Euronews la exposición ante el Consejo de Seguridad de la ONU de Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF, que literalmente dijo:

“En los últimos 21 meses de guerra, más de 17.000 niños han muerto y 33.000 han resultado heridos en Gaza. Una media de 28 niños han muerto cada día, el equivalente a una clase entera”, afirmó. “Considérenlo por un momento: un aula entera de niños asesinados cada día durante casi dos años. Estos niños no son combatientes: están siendo asesinados y mutilados mientras hacen cola para recibir alimentos y medicinas vitales”.

Es tan atroz lo que está sucediendo que no podemos quedarnos en silencio. No podemos concebir el daño físico ni psicológico que se está generando en esos niños inocentes. La barbarie de la guerra y la falta de todo tipo de lógica en el accionar bélico del gobierno de Netanyahu asusta y debe ser condenada.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) denunció ayer un ataque del ejército israelí que ingresó por la fuerza en el recinto de sus instalaciones, deteniendo, desnudando y apresando a su personal de manera intempestiva.

La misma OMS había denunciado que el bloqueo impuesto por el gobierno de Israel contra todo tipo de ayuda humanitaria estaba siendo violatorio de todas las normas del derecho público internacionay generando situaciones desesperantes de hambruna y falta de atención médica entre los pobladores de Gaza.

Israel reivindica ataque contra ambulancias en Gaza; la OMS se declara  "completamente consternada"
Palestinos comprueban los daños después de que un convoy de ambulancias fuera atacado, en la entrada del hospital Shifa, en la ciudad de Gaza, el 3 de noviembre de 2023. © Reuters/Anas al-Shareef

La BBC News, la más importante agencia de noticias del Reino Unido, informó hace apenas unos días que 6 niños gazatíes fueron asesinados mientras estaban esperando el turno para recolectar agua, y el ejército israelí reconoció el hecho, diciendo que se trataba de un “lamentable error”.

Por su parte, unas 25 naciones soberanas se han expedido solicitando a Netanyahu un inmediato alto el fuego en Gaza; entre ellos España, Francia y el Reino Unido.

Hay aquí ya conductas que presuponen crímenes de guerra (valga la redundancia, ya que la guerra es, en sí misma, de naturaleza crimina). La BBC, UNICEF, la OMS, y hasta actuaciones en los tribunales internacionales de La Haya, indican que hay razones para suponer la comisión de hechos atroces que deben ser repudiados y condenados.

Adicionalmente, hace apenas unos días, la única Iglesia Católica de Gaza ha sufrido un ataque israelí que causó tres muertos e hirió a un cura de nacionalidad argentina, el sacerdote Gabriel Romanelli, a quien el papa Francisco llamaba a diario hasta el último día de su vida. El Papa León XIV lamentó el incidente y se solidarizó con las víctimas.

No hay razón de estado alguna que justifique la barbarie y el abandono deliberado de todo rasgo de humanidad, aún en el marco de la locura desenfrenada de lo bélico.

Contrariando mis simpatías manifiestas por el pueblo judío, al que eximo de los horrores que el gobierno del Estado de Israel ha desatado sobre los palestinos, creo que es deber de todo hombre de bien poner las cosas en su lugar y exponer en forma expresa lo que pensamos respecto de cuestiones urticantes y complejas.

Y por eso a viva voz expreso mi repudio a toda violación a los derechos esenciales de los seres humanos, sea quien fuere el grupo o país que cometa la agresión.

No hay romanticismo ni épica en la muerte de un niño a manos de un ejército profesional, como tampoco la hay en la toma violenta de rehenes ocurrida en territorio israelí.

Frente a tanto despropósito, a nuestro Presidente, con su fanatismo de novel converso, apoya todo lo que se haga de parte del gobierno de Israel, no importa de qué acciones estemos hablando. Solo su adhesión supina a los volátiles pareceres de Trump, podrían disuadirlo de actuar en ese sentido. Zelenski, su par de Ucrania, sabe por experiencia propia lo poco que vale el presunto afecto de Milei.

El mundo es hoy un sitio por demás convulsionado, y la actitud prudente indica que deberíamos mantenernos lo más alejados posible de todo lo que pueda involucrarnos en conflictos complejos y ajenos a nuestro país.

Pero en ningún caso estamos autorizados moralmente a ignorar el sufrimiento de niños inocentes y el bloqueo de ayuda humanitaria para las víctimas de un conflicto armado.

Ante el monstruo de la guerra, hagamos valer el mensaje heredado de la cristiandad. Paz y Amor es la palabra de Jesucristo, y a ella deberíamos atenernos de todo corazón.

Sisto Terán Nougués

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